domingo, 13 de julio de 2008

XXVI





El avión se fue.
Mis pies se quedaron en la tierra.
Mi espíritu voló al lado contrario.
Estuve mirando al cielo,
hasta que vi un avión pequeño,
a lo lejos.

No sé si era mi avión,
el que debí tomar.

Quizás mi hogar,
donde ése avión me llevaría,
sería otro hogar,
otro destino,
otro lugar
que el lugar del mismo nombre
a donde me llevará el próximo avión.

Las ciudades y los hogares
(igual que los hombres)
caducan minuto a minuto.

XXIV



última noche en este lugar
o en otro.
como si fuera la última noche de todas.
conozco las alabanzas.
sé cómo nacemos
y cómo nos perdemos.

los latidos
se renuevan en la piel
como un síntoma.
quisiera ser más entendido
en estas cosas:
los finales.
los principios.

toda la historia es este momento,
y transurre debajo de una cava húmeda.

XXIII





el músico del Barrio Gótico

quiero tener en las manos la melancolía de un copo vacío,
de una nota que rebota en las paredes de un callejón solitario
y llega a los oídos de nadie, enredada entre las sombras de la noche.
soy el último paso de los años que se arrastra oscuro por las paredes,
el insomnio y el fervor de todas las preguntas sin respuesta.
voy buscando las grietas en la piedra cuando camino
y abrumo las luces que se apagan detrás de las esquinas.
me gusta compararme con el paso de los años por la piedra,
o compararme con el paso dela noche por los hombres.
sé que un acorde es la razón del cobre para perder su brillo,
que los versos, igual que el hierro, se doblan con fuego y martillo
y se afilan con tristeza en noches de luna y gargantas menguantes.

miércoles, 9 de julio de 2008

XXI




a veces penetro el tiempo
como una necia blasfemia.

consigo que los segundos se transformen
en caricias,
y que cada caricia sea una gota de tinta
salpicada sobre una hoja de papel.

en esos segundos,
tocar tus manos es abrir un arcoiris,
o como si tu piel fuera un tejido de hilos
de luces distintas,
y yo la fuera dehilachando
con los dientes.

Yo quiero pulir mis garras en tu piel,
y recorrer tu espalda como una aurora eléctrica.

lunes, 7 de julio de 2008

XIX



tená razón,
miriam,
cuando te dije:
nada existe.

ésta es la única realidad:
una mañana aquí,
la siguiente a mil kilómetros...

encontrar el hogar
en una búsqueda constante,
en uno y ningún sitio,
en todos los lugares cambiantes.

lo único que existe
es el hecho
de no tener suelo que pisar,
de ser espectros
sin patria ni fortuna.

fantasmas, en fin,
sólo fantasmas:
seres sin textura de piel
que se esfuman rápido como un suspiro.

pero tampoco basta

decir: esto no es un árbol,
es el mástil de un barco con raíces,
decir: esto no es un pez,
es un suspiro con escamas y colores.

si nada existe,
quiero darte nada en cada murmullo,
darte un suspiro sin textura,

y llevarte a navegar un sueño
en un barco de papel...

domingo, 6 de julio de 2008

VI





tren
En algún momento de nuestro viaje,
olvidamos a la noche.

La dejamos hundirse lenta en su vacío
rebajándola a un simple juego de penumbras,
y así como en el viaje olvidamos a la noche,
en el juego nos olvidamos a nosotros.

trrr-tchuk-tchuk-tchuk-tchuk-trrr

Cae la noche
y no la sabemos, la olvidamos.
Nos deslizamos en ella como si no existiera
hacia un destino que aquí y ahora
es una incógnita latente
en el tanteo de un ciego que camina.

No sabemos dónde vamos,
y estamos condenados
al síndrome del irredimido:
llegar al destino, y decir:
¡No! Esto no es lo que buescaba.
¡No es el lugar a donde tenía que llegar!

¡No! Somos eternos peregrinos sin tierra,
animales que se arrastran debajo de la noche,
y no sabemos el destino y no sabemos a la noche.

Trrr-tchuk-tchuk-tchuk-trrr

Madrid-Lisboa-Ciudad de México

¿En algún momento del viaje estaré YO?
Quiero decir, no mi cuerpo,
mis manos cubiertas de venas
y mis ojos que se irritan al parpadear,
quiero decir, YO,
el espíritu YO, el aire YO,
el YO detrás del cuerpo que busca y viaja...

¿Dónde florece la semilla
de un viaje sin rumbo?
¿El ansia de una tierra
que nunca aparece,
que no nos pertenece?

Al final del viaje,
quedan pocas cosas:

el destino que nunca llegó,
el traqueteo de un viejo tren,
y la noche que cae.

trrr-tchuk-tchuk-tchuk-trrr

IV





nacht und lune
varias

elípticas caderas

florecen como el contorno
de un viento que aúlla

quizás por miedo
o por costumbre
dejo de creer en el amanecer

y el alma sólo reposa

si no existe

o existe poco

o existe mucho, pero sólo esta noche
que no amanece

...el suenyo del onironauta...

...el tiempo recuperado...

el aullido del insomne como el viento,
la espuma en la boca
de un enamorado rabioso

soy de noche

y quiero ser

como si mirar fuera una red

y yo pescador del cielo

(tú serías un pez dorado
perdido entre corales pálidos
y perlas palpitantes)

lunes, 7 de abril de 2008

La Búsqueda del Agua, de R. A.

Hay que fluir.

Como hálitos entre las copas de los árboles,

fuego que se expande en un incendio,

tierra seca entre manos callosas y cansadas,

las estrellas que dejaron de existir hace millones de años

y todavía se ven en el cielo,

como el níquel aleatorio en el centro de la tierra,

o el sueño redundante en la cabeza del sonámbulo,

como el final agitado de todas las pesadillas

en el puente entre la oniria y el mismo mundo de día tras día,

o el arena del desierto que nunca se pisa dos veces

hay que fluir..

 

En donde me encuentro, sin embargo,

los párpados están abiertos y la mente atormentada

por visiones interminables de caótica quietud.

Y en mi insomnio no hay tierra

donde se arrastren las serpientes

ni agua que hidrate las imágenes

de las que están hechas los sueños.

Despierto detrás de los mismos ojos,

entre las mismas venas y la misma sangre

al mismo mundo y al mismo cansancio,

con los mismos deseos y los mismos olores,

los mismos colores y el hecho mismo

de que viendo tanto no veo nada.

De unos días para acá tiendo mucho a llorar porque no sé fluir;

soy el personaje ciego de una vieja parábola

que en su búsqueda se arruinó a sí mismo

y se perdió en un laberinto

de carne viva y preguntas inútiles.

Ahora, en el abismo de un remanso opaco (el mío),

estoy perdido como nunca y no sé fluir.

Cada vez que lo intento soy espeso y viscoso,

una gota de sucio semen derramado

después de un sexo vacío como tantos en tantos días,

y soy también esa patética necesidad de llenar huecos con silencios,

y esperar de falsos gemidos,

(falsas palabras de aliento y falsa sabiduría)

el consuelo de una vida que cada vez me da más asco.

 

Todos los días soy el mudo testigo de la poesía acribillada

mientras el mundo fluye.

El agua de la corriente no moja mi cuerpo de roca al fondo del arroyo.

Y cada tarde, y cada uno de todos los reflejos en este juego

de espejos que llamamos humanidad, nuestra ciencia,

nuestra sangre nuestros hijos nuestras luces nuestro concreto

nuestros horrores nuestras pasiones y nuestros falsos amores

todos

Somos todos de piedra.

 

De unos días para acá me pierdo fácilmente

en pasillos que no llevan a ningún lado, entre moscas y brea,

y el rancio concreto de las calles.

Las miradas de los demás relinchan afiladas sobre mi espalda,

y en sus risas y perfumes ya no siento nada familiar.

Sus ropas de invierno y de primavera desgarran el alma

con sus telas falsas y opacas, y sus sucios alientos

destilan la sobriedad del olvido y el tabaco.

Mis sueños y mis ebriedades

están teñidas de la melancolía de las estaciones que se terminan,

y no hay consuelo en la lluvia ni en las montañas silenciosas,

mudos testigos de la ciudad.

No hay consuelo

en las jacarandas regadas sobre el piso fuera de estación,

ni en los labios de la misma mujer que aparece,

siempre con distinta forma, a contagiarme su amargura,

y huye del sueño respirando falsas promesas y falsos amores.

No hay consuelo en la falsa sabiduría

con que nos hemos engañado desde que nacimos,

la ciencia de mierda, la filosofía de mierda,

las redes que engañosamente nos hacen,

con soberbia supremacía, encontrar

en delicados sistemas ficticios

el ficticio consuelo de la vida ficticia.

Ni siquiera me encuentro en mis palabras

que alguna vez se impregnaron orgullosas sobre el papel

y en las que antes pude refugiarme.

Ahora mis palabras están infectas y viejas

y han perdido toda su fuerza.

Hablan de pesadez y no de alivio.

Habría que destruir todos los vestigios de nuestra humanidad,

porque es solitaria. Porque soy humano y estoy solo

entre otros que no pueden ver su soledad.

Estoy solo y muy cansado, y también muy harto de mí.

De mis palabras pedantes y falsas, vacías de ensoñación,

solas en el mundo de noche, en la noche ahogada que ya no se siente,

solas incapaces de escribir el canto desesperado de la ciudad que se hunde

y de nosotros que seguimos siendo de piedra

mientras el mundo fluye de vuelta a su origen.

A veces quiero estar muerto. Quiero estar

muy muerto y mandarlo a todo al carajo.

 

Sin embargo, cada tanto

una flor perdida entre las jacarandas fuera de estación,

un olor fresco que viene lejos y llega girando en el viento,

una nube frondosa que amenaza con el relámpago

me recuerda el sueño que perdí y me incita a buscar de nuevo la poesía.

 

Hay algo que cautiva en el ritmo de tu respiración

y sólo en ti escucho la música olvidada

de los delirios que perdí a lo largo de los años.

No te parece a ninguna otra.

Debajo de tu cuerpo corre ansioso un río.

Eres pequeña y firme.

Tus senos están casi al roce de su pecho y tu mirada

apunta hacia un lugar de hálito y de lumbre, de perla y de caos.

Y tus labios, que sólo podrían haber sido descritos

en un viejo cuento mágico que terminara  con una muerte

sobre pétalos durante una tarde anaranjada

acercan a la forma de todos los sueños.

 

¿Me escuchas, M? Hablo de ti

porque yo sólo buscaba respuestas y en ti encuentro mi poesía.

Buscaba razón y encontré un relámpago. Y encontré mi pluma,

que desesperada busca librarse de todas las palabras.

Y por eso quiero huir contigo,

 a ese lugar hecho de viento y oniria

muy parecido al mar, a veces soleado, a veces nublado y eléctrico

donde la muerte nos envuelva lenta y silenciosa

y aprendamos a amarla como al relámpago y al agua.

 

Lo he visto, M, siguiendo tu mirada perdida.

El sol revienta contra tus pechos y paso el día haciéndote el amor

con un ritmo parecido al ritmo de las olas.

A veces mi lengua se pierde en tu espalda de azúcar

mientras el mar, poco a poco, nos lava de esta suciedad.

Y los cuerpos que son prisiones se derriten

y nuestras bocas se colman del sabor

de nuestras pieles que comienzan a gotear, y la marea

atrapada dentro de nosotros vuelve

a su escurridiza violencia y finalmente

forma otra vez parte de la ola del fin del tiempo.

 

A veces es necesario olvidar todo.

A veces es necesario dejar todo detrás

y empezar un viaje lleno de pétalos y delirios

lejos de lo que ya conocemos.

De los días y las noches iguales que mueren de piedra

la lírica inútil de mi prosa que se seca

antes de salir por la pluma.

Tantas palabras huecas como noches opacas

huecas como troncos secos

huecas como mujeres amargas

huecas como una muerte rígida y solitaria

y la filosofía y todo el conocimiento que es tan engañoso

y como miradas afiladas

y sexos sucios y vacíos

hueco como un viejo cajón que tamborilea

y su sonido viajante

hueco como las letras perdidas que huyen

y esta noche que también huye lenta

por la boca de la pluma

(porque es de noche y no

me queda más que suspirarte)

 

Y toda tú te pareces a una noche perdida

brutalmente salpicada de estrellas

en un camino a la mitad de la nada.

Y en la noche a la que te pareces no hay nada detrás

de las luces del carro

las ruedas y el ronroneo del último motor de nuestras vidas.

Detrás de nosotros una ciudad se hunde

con sus máquinas de piedra y sus hombres de piedra.

Caminando lejos del último camino,

rugen las nubes, ruge el relámpago,

 

llueve

 

en esa noche cuando huyamos

 

Pero hoy es otra noche y todo suena falso y lejano.

Es otra noche y sigo buscando el agua.

No duermo.

 

Tengo insomnio y busco el agua,

Y la pluma no resbala sobre el papel.

Tengo insomnio y tengo miedo

de cerrar los ojos y perder las olas.

De despertar y ser de piedra,

y haber perdido tu nombre,

o de sólo pronunciarlo y no llegar a él.

De la pálida muerte que yace tiesa

y es el desierto de todos los días.

 

Tengo miedo y tengo insomnio.

                                    Pienso en ti.

                                                Termina la noche.

 

Hace unos minutos los pájaros comenzaron a cantar,

y el rocío del amanecer está salpicado sobre la ventana.


R. A.

jueves, 6 de marzo de 2008

El Máximo Absoluto (Última Parte)

V
Me llamo V. Leda, Dr. en Psiquiatría. Me asignaron el caso de Micolae de Tréveris, en la clínica San Rafael. Sólo que no se llamaba Micolae de Tréveris, todos sus papeles decían que era José Méndez, y que había nacido en el Hospital Metropolitano, en 1980. LA primera vez que lo vi vestía una bata azul, y babeaba de vez en cuando. Y sólo contaba la historia que acabo de escribir, casi con las mismas exactas palabras cada vez. Supe que fue estudiante en la Universidad, de varias carreras y que fracasó en todas. Nunca pude tratarlo bien porque siempre empezaba y acababa en lo mismo. Su vida era la vida del Micolae del relato. Sólo una vez dijo palabras que no tuvieran que ver con la historia que acabo de escribir, cuando, después de investigar una tarde en la biblioteca, le dije contundentemente:
-Micolae de Tréveris nació en 1440, en Tréveris, y está enterrado en Roma. Tú no eres Micolae de Tréveris. ¿Quién eres?
Y mientras apretaba sus manos huesudas contra mi cuello comenzó a decirme que uno es infinito, y que un cuerpo enterrado sólo es un cuerpo enterrado, y que todo lo demás, como el mundo, no dejaba de moverse, que existía una parte de la mente y de una realidad que nunca comprendería. Me preguntó si yo era capaz de decir quién soy o quién es él, y dijo que no podía decir nada de Micolae de Tréveris si no entendía antes que yo era yo y todos al mismo tiempo, y de ese modo todos éramos Micolae, y lo seguía diciendo mientras los enfermeros lo metían en una camisa de fuerza, y lo arrastraban lejos de mí. Y como yo quería dormir bien esa noche, me fui sin más preguntas y nunca regresé.

El Máximo Absoluto (Cuarta Parte)

IV
Al día siguiente, Micolae abrió los ojos en una ciudad en un mundo desconocido. Recordaba las cosas que veía pero había una discordancia entre ellas. La armonía que antes encontraba en la realidad no existía. El mundo estaba construido por choques, y ya no parecía tan lógico que los contrarios fueran una sola cosa. Micolae de Tréveris caminó prudentemente por las calles de la Ciudad de México recordando todo, pero como si sus propios recuerdos pertenecieran a alguien más. Todo lo que el día anterior sabía que era verdad ahora parecía falso. Micolae pensaba en eso mientras caminaba y luego se quedó parado, atónito: hacía casi seiscientos años no pensaba en la realidad en términos de qué era verdadero y qué era falso.
Mundano y sucio, el antiguo sacerdote Micolae de Tréveris empezó a caminar las calles de la ciudad, sombrío y con una sobriedad que ya no le era familiar. Cuando trató de atravesar una pared, se dio en la cabeza, y cuando trató de iluminar a una virgen terminó en una prisión de la que no pudo escapar, y ahí estuvo un par de años, hasta que lo dejaron salir por buena conducta. Fuera del lugar, estaba decidido a recuperar su iluminación. Cuando regresó al que alguna vez fue su departamento, lo encontró ocupado, y no encontró en su cabeza la respuesta perfectamente teológica y geométrica que le hubiera hecho recuperarlo. Perdido en la noche de la ciudad, oscura y espesa, gritó desesperado pidiendo la ayuda del Máximo Absoluto, y sólo encontró burlas y zapatazos en respuesta. Desesperado, robó un papel y una pluma, e intentó repetir la demostración geométrica que lo devolvería a la realidad a la que pertenecía, porque él ya no era de este mundo. Pero se encontró a sí mismo rayando el papel en formas incomprensibles que se asemejaban a los dibujos de un niño pequeño. Estaba destrozando el papel cuando vio a un grupo de mujeres calzando botas caminando en un callejón. Mirando hacia el cielo notó la cantidad de cables tensos que pendían de postes. Cuando las mujeres se negaron a ayudarlo aventando sus botas hacia los cables, Micolae de Tréveris arremetió violentamente contra ellas. Consiguió algunas botas. Cuando las autoridades llegaron a apresarlo, lo encontraron semidesnudo. Todas las botas colgaban de un cable y ahora trataba de colgar los harapos en que estaba vestido. Balbuceaba cosas como que iba a volver a su orden, que él era el Máximo Absoluto, y que toda geometría y teología era perfecta en él.

El Máximo Absoluto (Tercera Parte)

III
La tercera iluminación de Micolae de Tréveris vino en la hoguera, cuando estaba a punto de ser quemado vivo. Eran las festividades del final del concilio y toda Padua estaba presente. Dentro de su cuerpo, la mente de Micolae se preguntaba porqué el Máximo Absoluto lo había abandonado después de iluminarlo con la verdad. Entonces, antes de que la llama ardiera, la atención de su vista se centró en un rito del pueblo: entre dos edificios pendía una cuerda firme. Las mujeres del pueblo se descalzaban y ataban los cordones de sus botas derechas con los de sus botas izquierdas, y lanzaban al aire el par atado, esperando que quedara pendiendo de la cuerda firme. Micolae vio interesadamente a una mujer de singular belleza que sonreía y luego lanzaba su par de botas al aire, y luego vio cómo los cordones atados chocaban con la cuerda tensa, y a partir de ahí el par de botas describía una línea curva mientras giraba alrededor. En ese momento, supo la verdad que en su huída no había alcanzado. El par de botas se iluminó milagrosamente, y la curva de los zapatos y la cuerda tensa fueron una sola cosa. El mundo y la gente se descompusieron en formas primarias, geométricas, que eran una sola y todas distintas al mismo tiempo. La mujer bella que había aventado el par de botas ahora era ella misma en su concepción primaria, una con el todo, proyectada al infinito como el Máximo Absoluto lo había dispuesto, y ahí su hermosura era suprema porque era una sola cosa con su fealdad y todas las fealdades, y sólo en la convivencia con el todo y con la nada alcanzaba el máximo esplendor. El fuego que comenzaba a arder quemaba y daba al mismo tiempo el alivio que estaba en la contradicción del dolor. Todas las contradicciones cupieron dentro de Micolae y pudo modificarlas a su antojo. Las cuerdas que apretaban sus manos de repente fueron un impedimento y una forma de salir. La solidez de sus brazos coincidió con la solidez de aquello que lo aprisionaba, y fue una sola solidez, y antes de racionalizar su proceder divino, Micolae de Tréveris estaba fuera de una Padua que se preguntaba qué habría sucedido con el hereje que estaban a punto de quemar.
A partir de ese momento tuvo conversaciones eventuales con el Máximo Absoluto. Realizó pruebas geométricas de todos los evangelios en todas sus lenguas y mediante la figura básica del triángulo pudo comprender en su mente el misterio de la Trinidad y experimentó toda la vida del Cristo en un segundo. Cada vez que intentaba pasar el mensaje encontraba sólo una condena más, una hoguera más, y un pueblo del que tenía que huir. El Máximo Absoluto le recordaba su propio destino, cuando fue el Cristo, cada vez que Micolae preguntaba porqué la gente no lo quería. Después de decenas de acusaciones de herejía, Micolae supo de verdades que trascendían sus propias concepciones anteriores.
Después de las pruebas con los evangelios empezó a realizar pruebas empíricas de los valores morales enseñados por Dios en el mundo. Así consiguió una forma de canonizar al reino vegetal según las leyes físico-morales de su iluminación, y descubrió la forma geométricamente perfecta de romper el himen de una virgen sin que esto entrara en concepción posible del pecado. Una vez envejeció, pero ya por su quinta iluminación había trascendido la muerte. Así fue un testigo silencioso de la historia, pues había entendido que enseñar su verdad era peligroso para el ser humano. Viajó a las Américas y ahí, al ver los genocidios que sus una vez colegas realizaban, se deshizo del hábito porque la matemática de su moral era más precisa que la de la belleza del atuendo.
Vestido como civil, Micolae poco a poco fue cansándose. Su único consuelo era la pequeña iluminación que le otorgaba a una virgen después de acostarse con ella, y eso mismo iba perdiendo sentido rápidamente. Los momentos en que las formas teológicas y geométricas tenían sus esplendores más abruptos dejaron de interesarle, al punto de que, cuando presenció la Segunda Guerra Mundial se dijo a sí mismo que eso ya lo había visto y que seguramente lo volvería a ver.
Sucedió que todo era lo mismo. Todo era contrario de algo más, y todos los contrarios se unificaban en él. Su vida había sido guiada según la iluminación, y Micolae, aburrido, trató de hacer algo distinto. Una mañana en que la realidad estaba tranquila, tomó un pedazo de papel papiro, uno de los originales en los que plasmó la realidad geométrica para expresarla delante del concilio de Padua después de su segunda iluminación. Ahí, en un diagrama pequeño trazado con una tinta negra que brillaba con un extraño dorado, estaba la demostración de la línea recta y la curva que coincidían. En ese momento, el antiguo sacerdote ya vivía en esta ciudad, hace unos cinco años, en un departamento pequeño y ordenado según dictaban los dogmas del Máximo Absoluto, donde guardaba recuerdos de cada una de sus iluminaciones. Divertido, Micolae tomó una pluma y tachó bruscamente el diagrama. Junto, con una tinta distinta, rojo, escribió: UNA LÍNEA RECTA Y UNA CURVA NO PUEDEN COINCIDIR, y se fue a dormir.

El Máximo Absoluto (Segunda Parte)

II
Esta fue la claridad que logró el sacerdote italiano. Impresionado por su trabajo, se dirigió al concilio caminando con el porte que sólo podía tener el hombre más cercano a Dios. Una vez ahí, ignoró las conferencias de sus colegas, que seguían apegadas a las viejas analogías que definían a Dios sólo como un máximo, o como la perfección, ignorando la verdad geométrica de que en Dios el máximo y el mínimo eran lo mismo.
Y mientras los demás sacerdotes y obispos hablaban, Micolae iba entendiendo sus palabras en un sentido distinto. Dentro de su mente juzgaba los discursos y dialogaba con Dios. Cuando fue su turno de hablar, se sentía irradiado de una palabra absoluta.
Arrancó su discurso hablando de las viejas concepciones del Máximo Absoluto, y de cómo estas concepciones lo limitaban y rebajaban al nivel del humano decadente, común y corriente. Expresó su indignación en contra de los teóricos que hasta su momento habían hablado acerca de la realidad como si tuvieran una idea de lo que había detrás. Llamó limitadas las mentes de todos los que lo escuchaban y nombró, por primera vez, las razones que lo llevaban a llamar a Dios el Máximo Absoluto y no simplemente Dios. Dictaminó que en un ser infinito deben coincidir todos los contrarios, así llamar “bueno” a Dios era rebajarlo a un juicio terrenal, porque Dios no era puro bien, sino El Bien en el bello momento en que es uno no sólo con el mal sino con la idea de juicio y todas las verdades opuestas habidas y por haber.
-La prueba está en esto: una línea y una curva: dos contrarios. Si hacemos que la curva tenga su tangente en la línea –, y dibujó una línea sobre un pliego enorme de papel papiro, y luego dibujó un círculo que tocaba la línea en un punto -, y aumentamos la línea y la curva hasta el infinito -, y empezó a dibujar círculos sucesivamente mayores sobre el papel, mostrando que la curva se pegaba cada vez más a la línea -, en este infinito serán lo mismo. –Y trazó una última curva que se salía del papel pero que casi coincidía completamente con la línea. –En vuestras mentes débiles –agregó –nunca vais a ver el punto infinito en que es lo mismo. Es como si aspiraseis a ser el Máximo Absoluto. Yo, por mi parte, fui iluminado dos veces, y se me ha encargado guiaros en esta nueva empresa teológica y geométrica como el brazo derecho de aquél a quien ustedes llaman burdamente Dios. No lo conocéis ni lo conoceréis aquí, con sus débiles juicios, sus mentes quietas que tratan de encontrar la quietud en el universo. Os diré algo: sois patéticos. ¡Dios es infinito y uno a la vez! El universo es infinito y no tiene centro. Y os diré algo más: todo se mueve. Sólo tenéis una oportunidad de despertar, desdichados. Seguidme si queréis la salvación. El Máximo me eligió para guiaros. Me eligió para…
Unánimemente fue condenado a la hoguera después de estas palabras. En cuando el Sumo Pontífice que presidiaba el concilio gritó que lo atraparan, Micolae de Tréveris huyó a toda prisa sin comprender el extremo anti-geométrico al que llegaban los celos de sus colegas. Encarrerado no tuvo tiempo de ver cómo el mundo comenzaba a mutar con cada trote. Su mente iluminada saltó las bancas de la Iglesia de Padua, donde se llevaba a cabo el concilio, con una destreza de la que nunca se supo capaz, abrió los portones y salió corriendo despavorido hacia las afueras de la ciudad. Pero antes de que sus pies alcanzaran a su mente, que ya había escapado, su cuerpo fue apresado. Cuando su mente casi divina regresó al cuerpo, estaba amarrado a un poste, con leña que tronaba debajo de sus pies, a punto de arder.

El Máximo Absoluto (Primera parte)

Donde quiera que se sitúe el observador,
él se creerá centro de todo.
Nicolás de Cusa, Docta ignorancia
I
Micolae de Tréveris fue acusado de herejía por primera vez hace casi seiscientos años, en 1440, después de un concilio en Padua. Antes del concilio pasó días encerrado en un cuarto pequeño y húmedo determinando en viejo papel papiro las exactitudes de la iluminación que se le otorgó en una noche fría en que había despertado sin razón aparente:
Sus ojos no habían terminado de acostumbrarse a la oscuridad voraz de su claustro cuando una luz pequeña pero luminosa como el Sol entró fulminante por sus ojos cegándolo por un momento, se instaló en su mente y ahí se quedó. En la mañana las ideas de Micolae estaban irradiadas por una verdad que embonaba en su cabeza con una perfección teológica y geométrica, y develaban despiadadamente en cada célula de su corriente sanguínea el fin último de todo lo real. Decidió dedicar todo su tiempo, hasta el concilio, a develar con toda la claridad posible ese nuevo orden que el Máximo Absoluto le había dictado.
Faltaba, entonces, un mes con pocos días para el concilio. El sacerdote Micolae de Tréveris empezó a plasmar las demostraciones que para él eran muy claras, pero que el mundo jamás entendería. Trataba de hacer lo necesario para que el concilio comprendiera y aceptara su ignorancia, y lo siguieran en el nuevo camino, el único correcto. Las verdades que él entendía se volvían oscuras mientras las iba escribiendo tal y como eran. Como si, al salir de su cabeza perdieran la luz que les era propia dentro y se volvieran un opaco conjunto de rayones en tinta oscura. Fue por eso que, después de varios días en que ayunó angustia, y cuando estaba a punto de desfallecer de cansancio, el Máximo Absoluto lo iluminó de nuevo. Esta vez, la iluminación quedó escrita. Después de que el sacerdote descubrió sus ojos y se acostumbró a la opacidad habitual, las líneas que antes no tenían sentido sobre el papel estaban acomodadas según el perfecto orden geométrico y teológico que ya existía dentro de su mente.
El artículo que escribió Micolae de Tréveris señalaba la posibilidad matemática de probar que, elevándolos a proporciones infinitas, dos contrarios pueden coincidir. El lugar donde los contrarios coincidían era Dios. Según él, toda dicotomía era un producto de la limitada racionalidad con que el humano comprendía al medio que lo rodeaba, y no una realidad de dicho medio. Era posible comprobar que dos opuestos podían coincidir en un infinito más allá de la comprensión del hombre. Y, a pesar de que era imposible conocer el momento en que se encontraban los opuestos, era posible acercarse a él. Cualquier hombre podía establecer paralelismos, símiles y analogías, pero mientras el infinito no cupiera en su razón, las máximas verdades y las paradojas que trascienden la comprensión lógica seguirían siendo ideales más relacionados con la fantasía. La única posibilidad era aproximarse a Dios y su teología por medio de la razón geométrica, que era más poderosa que la humana. El texto terminaba cuando Micolae confesaba ser el único humano que podía entender la realidad como tal, y no por medio de meras aproximaciones, lo que lo convertía en la mano derecha del Máximo Absoluto.

domingo, 27 de enero de 2008

¡Boris Mier-Damián Muere!


Escena Única

Perhaps my best years are gone. When there was
a chance of happiness. But I wouldn’t want them
back. Not with the fire in me now. No, I wouldn’t
want them back.
Samuel Beckett, Krapp’s Last Tape

Oscuro. Se escucha un ronquido profundo y calmado. Poco a poco el ronquido empieza a hacerse más brusco hasta que se escucha un gemido, y, a continuación, una respiración agitada. Comienza una grabación con las risas del público de un auditorio. Debe dar la impresión de que la calidad de la grabación está degradada por el tiempo. El escenario se ilumina muy tenuemente. Las risas continúan. Oscuro abrupto. Las risas se detienen. Una vez más se escucha el ronquido calmado, y una vez más se turba hasta un gemido que deviene una respiración agitada. Comienza una grabación, cuya calidad ha sido igualmente degradada por el tiempo, con una exclamación de asombro seguida de una ovación frenética de parte del público de un auditorio. El escenario se ilumina tenuemente. La ovación continúa. Oscuro abrupto. La ovación se detiene. Una vez más sucede la secuencia del ronquido que termina con la respiración agitada. Comienza una grabación con la misma calidad degradad de las anteriores, esta vez con un abucheo de parte del público de un auditorio. El escenario se ilumina tenuemente. Entre los abucheos aparece, caminando desde el proscenio hacia el escenario, Boris Mier-Damián. El escenario está vacío, excepto por una vieja silla a la mitad. Boris Mier-Damián es un hombre viejo que camina con dificultad. Lleva en la mano un bastón que rara vez apoya en el piso. Sobre su cabeza hay un gorro. Usa lentes oscuros, como de funeral. Llega a la mitad del escenario, pero no se sienta en la silla. En vez de eso la mira como con desconfianza, la mueve con el bastón y finalmente se queda parado a su lado. El abucheo baja de volumen poco a poco. Después de algunos segundos de silencio, Boris habla:
Boris: Anoche tuve una pesadilla. No pude dormir mucho que digamos. En fin. Dormí, pero no mucho tiempo. No el tiempo suficiente. Durante horas antes de que amaneciera di vueltas en la cama. Sudaba. Tenía frío en los pies. El pálpito de mi corazón hacía eco en mi cuello (con el índice de la mano derecha, explícitamente señalando el lugar donde se encuentra la aorta.), justo aquí. Quizás no fueron horas, las que pasé despierto dando vueltas en la cama. Pudieron ser minutos. De los minutos que se alargan. El tiempo tiene una forma aleatoria de transcurrir. A veces parece que lo hace a propósito. Con voluntad. Mortal, su voluntad. Uno siempre va muy tarde, o muy temprano. Pocas veces existen las precisiones. Y cuando existen, es probable que sea por accidente. Mortal, el tiempo (ríe suavemente, para sí mismo, y repite “Mortal” mientras lo hace.). Hasta puede que haya dormido más de lo que creo. Insignificante, de todos modos, porque aunque hubiera sido más de lo que creo, el tiempo es mortalmente aleatorio. Y no lo pasé muy bien, mientras dormía, porque tuve una pesadilla. La parte gozosa del sueño pasó tan rápidamente que no la recuerdo. Todo lo demás fue tormentoso, y no me dejó descansar (Vuelve su cabeza hacia la silla.). Así que estoy fatigado en mis huesos viejos. (Mueve la silla con su bastón.) Sólo un poco más cansado de lo normal (Acerca la silla a su cuerpo utilizando el bastón.). Siempre estoy cansado (Se sienta.). Ya no espero reponerme del todo (Suspira.).
Boris Mier-Damián adopta una pose pensativa. Piensa durante pocos segundos. Continúa:
”No es la primera pesadilla que tengo. Llevo, de hecho, varias noches en eso. Las pesadillas, digo. Recuerdo tres. (Pausa.)Varias, tres, es lo mismo. La primera noche soñé que todos esperaban a que me muriera para burlarse de mí. En el segundo sueño estaba caminando al aire libre, y comenzaba a llover. Estaba cansado como ahora, y decidía que no tenía fuerzas para buscar refugio. Me quedaba recostado sobre el pasto, y comenzaba a inundarme lentamente. Algunos tallos brotaban de mi cuerpo. El de anoche no lo recuerdo muy bien. Me apaleaban con las patas de una silla, que ya estaba rota. En todas había una voz que me decía “Boris, muérete”. Luego yo me repetía: “Boris, muérete”. Y despertaba pensando “Boris, ¿por qué no estás muerto?” Decidí que era momento de morirme de verdad.
Vuelve a su pose pensativa. Continúa:
”No hay que mentir. Eso lo había decidido de antes. Morirme. Pero lo decidí como se decide cualquier otra cosa. Un día después de una noche sin pesadilla me desperté con ganas de morirme. Pero pude haberme despertado con ganas de orinar, o de tomar un vaso de agua. El mismo sentimiento. Sólo que no sabía cómo morirme. Después de la primera pesadilla decidí morirme sin importar cómo, pero me di cuenta de que morirse no es tan fácil como parece. Por todos lados hay alguien que lo impide. Gente. Muy ruidosos. Se necesita calma para morirse en paz. En fin. Por eso vine a un lugar vacío. Porque los vacíos son un mejor lugar para morirse. Y no pienso salir de aquí hasta haberme muerto. Pensé en la cotorra vieja. Enjaulada. No puedo decir que la quiero. Pero durante mucho tiempo no he tenido más que hacer que alimentarla. Y aventar piedritas a la jaula cada vez que hace ruido. (Ríe.) No tiene Oportunidad sin mí. Es vieja y desplumada. Nadie la querría. Tomé, pues, la decisión por los dos. Sólo que no me puedo morir con ella enfrente. Vivimos encerrados mucho tiempo. Nunca dejó que me concentrara.
”Morirse es algo que requiere concentración. Ella también va a necesitarla. No se puede morir si está concentrada en fastidiarme. Y cómo me ha fastidiado. (Silencio largo.) ¿Y ahora qué? No pensé en esto. En este momento, quiero decir. ¿Y ahora qué? (Se quita los lentes oscuros y los limpia con su camisa. Los deja en su regazo.) No pensé en esto. Debí haber previsto algo así. Nada me preparó para esto. ¿Qué? Esperar. ¿Esperar y luego qué? (Pausa.) Nada. Sólo esperar.
La luz se atenúa hasta la oscuridad. Boris baja la cabeza poco a poco. Comienza a roncar, de calmo a fuerte hasta un fin abrupto. Se escucha la grabación con el abucheo del auditorio. La luz se enciende completamente. El abucheo se detiene.
Boris: Bueno, me da igual esperar despierto. Me da igual (Se pone los lentes oscuros. Recarga su bastón en el suelo, entre sus piernas, sus manos sobre el bastón y la barbilla sobre sus manos. Pausa. La luz se atenúa nuevamente hasta oscurecerse. No bien Boris ha empezado a roncar se escucha la grabación con las risas. El escenario se ilumina. Boris despierta riendo entre dientes y canturrea:) ¡Cucaracha! ¡Cucaracha! (Pausa. Serio.) Tampoco contaba con eso. (Pausa.) ¡Cucaracha! ¡Boris Mier-Damián es una cucaracha! ¿Cómo no pensé en esto? Cantaban: ¡Boris Mier-Damián es una cucaracha!, y me arrojaban piedritas que no dolían mucho. Yo me quedaba arrinconado y ellos gritaban: ¡Cucaracha! (Ríe.) Niños pequeños. (Ríe.) Primero hacían que llorara; luego me di cuenta que tenían razón. (Seriedad abrupta) Un error im-per-do-na-ble. Recuerdos, recuerdos. Debí saber que uno nunca está solo del todo. Los remordimientos. No hay nada peor. Casi preferiría morir escuchando a la cotorra. O esperar sólo esperando. ¡Debí saber que estar solo es peligroso! Más cuando uno es viejo, inútil. Mal planteamiento. (Adopta su pose pensativa. Continúa:) El problema no es estar solo, sino la imposibilidad de estarlo. Uno se va llenando de cosas perdidas y de lamentos. De faltas, en fin.
”De verdad era una cucaracha. Tal vez sigo siendo una. Algo rastrero, en todo caso. Asqueroso. (Ríe. Luego se queda en silencio algunos segundos.) “Boris, lo arruinaste”. ¡Lo arruinaste! Y los ojos llorosos que cambiaban de cara, y la mirada de odio que nunca me afectó. ¡Boris nunca arruinó nada! Boris tuvo pocas cosas que lo hicieron feliz. Y ahora Boris no tiene nada, ¡así que déjenlo en paz!
”Ella era bonita, pero no era lo mejor que tenía. Tenía una forma de sentarse. Sentarse en una esquina de la clase, y clavar los ojos en mí. Calvar los ojos como si supiera que, detrás de las enormes gafas oscuras yo la miraba directamente. Dijo: “profesor Boris, yo lo admiro”, y yo pensé que la admiraba unos días después, cuando acariciaba su espalda y ella estaba tendida en la cama. Luego ella dijo: “Boris, lo arruinaste”, pero bien pudo haber dicho “¡Boris Mier-Damián es una cucaracha!”, que para todo efecto significaba lo mismo. ¿Dejó de admirarme? No sé. Tal vez yo la sigo admirando. Aunque es curioso que nunca haya aprendido su nombre. A veces es mejor así. (Pausa larga.)
”Ella, y luego otras. Cada tanto aparecía una mujer que parecía permanecer más adentro que las demás. Una vez fue un hombre. Pero eso es irrelevante. Hoy todos son lo mismo. Siempre suceden muy rápido, y son lentos en irse. Los amores. Nunca me gustó esa palabra. Siempre sonó demasiado en vano. O preferí otras. Palabras como cráneo o vulva. En esas palabras no cabía el error. En la cópula tampoco. Era como si yo me esparciera dentro de sus cuerpos. Poco a poco me vaciaba. Cada vez más. Boris Mier-Damián nunca fue un hombre frío. Yo lo escribía todo en viejos diarios, o en trozos de papel o servilletas que luego perdía. ¿Para qué querría alguien quedarse con todo eso? Listas y listas de fracasos. Nunca me gustaron los demás. Siempre, después de descargar dentro de un cuerpo tenía la urgencia de que me dejaran solo. Mis fracasos son míos. Y hago con ellos lo que me da la gana.
”¿Morirme recordando? Bueno, sí. No hay nada más que hacer. Es estúpido. Pero no puede ser de otro modo. Nunca me sentí bien al respecto. Pero ahora no hay nada que hacer. Nada que decir. Nada que remediar. Todo, a fin de cuentas, ya pasó. El tiempo. El tiempo. Rápido o despacio, llegó a este momento. Hoy es así. Hoy todo ese está acabando. Y no puedo hacer nada por esas lágrimas perdidas. Esos nombres. Nunca me gustó la gente. Nunca me gusté yo. Nunca me gustó descubrirme pensando en mí o en la gente. O en cómo nunca me gusté ni yo ni la gente. Siempre hubo mejores cosas que hacer que pensar en cosas que había arruinado mientras arruinaba otras. Y, sin embargo, nunca las hice. Nunca, y no me importó. ¿Por qué ahora? Ahora todo da lo mismo. Doy lo mismo que si fuera una piedra. Quiero ser una piedra. Quedarme quieto y silencioso. Un testigo muerto de todo el tiempo. Tiempo tiempo tiempo (Ríe.).
”Nada más cruel, nada más cruel. Nada más cruel que Boris Mier-Damián. O los niños que lo apedreaban, o el sueño en el que lo apaleaban. Nada más cruel que una cotorra vieja y desplumada, cantando agónica. Muere sin poder molestar a un viejo. A un viejo cruel que se compadece a sí mismo. Nada más cruel que Boris con Boris. Boris al final de una vida en la que rara vez fue feliz (Risa estridente. Que es interrumpida por una abrupta revelación:). ¡Isabel! Isabel simplemente. Nombre grotesco. Se llamaba Isabel y era poco más grande que yo cuando estudiaba en mi clase.
”Una vez. Con Isabel tendida en la cama. Una vez que Isabel estaba de espaldas a Boris, tendida en su cama. Las manos de Boris sudaban frío. Entonces me descubrí a mí mismo limpiando mis manos en las sábanas antes de tocar su espalda. Y mientras me preguntaba por qué, mi cara hacía una mueca involuntaria, y me sentía ligero. El cabello de Isabel escurría sobre sus hombros. Mis manos secas dibujaban formas sobre su espalda. Entonces pensé que podría haber sido otra cosa completamente distinta si me hubiera podido quedar a vivir en ese instante. (Pausa larga.).
”No tiene importancia, ahora. De todos modos no tiene importancia. ¿Y qué si se acabó? Como todo, algo más. ¡Boris, la cucaracha, lo arruinó todo! Una y otra, y otra. Y el tiempo sigue pasando. Una espalda que es difusa en la memoria, y un par de semanas, o tal vez meses, con Isabel, que hoy valen lo mismo que este momento. Mierda. Este momento que no se termina. El tiempo que pasa lento. Me muero muy despacio. El tiempo es cruel, en eso. El tiempo cruel hizo cruel a Boris, y Boris ya es muy viejo como para cambiar, y ahora su muerte no tiene remedio. Y sí, me duelen las cosas. Pero más vale que vaya olvidando este dolor. Porque ya no tiene remedio. Ni él ni Boris tienen remedio. Ni Boris ni su vida gris. Ni Boris ni Isabel, ni cualquiera de los innombrables. Ni remedio ni importancia, en fin. Importancia, más que remedio. No hay testigos. Nadie lo va a recordar. Boris se muere lentamente. Echado en un rincón oscuro, como buena cucaracha. Y no llueve. Y nadie lo apalea, y nadie va reír semanas después de que su cuerpo se haya descompuesto, y empiece a apestar, y ningún tallo brote de él…

Boris está despierto. Voltea hacia todos lados, esperando. Sonríe. Se quita los lentes. Cierra los ojos y recarga su cabeza suavemente sobre el respaldo de la silla. La luz se oscurece poco a poco, y va en crescendo la grabación del público que ovaciona.

TELÓN

El Hijo

Va para ti, Anita...:


Yo no soy como los otros niños porque tengo dos papás. Tengo un papá que se llama H. y otro que se llama B. Papá H. ha sido mi papá desde siempre y papá B. empezó a ser mi papá después, aunque yo no me acuerdo cuándo. Los niños de la escuela me dicen que está mal tener dos papás porque todo mundo tiene un papá y una mamá, un hombre y una mujer y no dos hombres.

Además para tener un bebé tiene que haber uno y uno porque me dijeron que el papá tiene que poner una semillita en la mamá. Pero yo tengo dos papás y me gusta tener dos porque a los dos los quiero mucho. Y nunca he tenido mamás, aunque sí me gustaría para ser como los demás niños y que ya no me puedan decir que soy raro por que tengo dos papás y ninguna mamá. Papá B. dice que no tengo que dejarme molestar por los otros niños porque no tienen razón. Dice que está bien que sean dos papás si los dos papás se quieren y quieren hacer una familia. Pero yo no estoy muy seguro porque soy el único de mi salón.

Papá B. también dice que algunas mamás no son buenas y que es mejor estar entre niños que con niñas, y por eso me metieron en una escuela de puros niños. Antes no me dejaban jugar con las niñas pero un día Rita vino a vivir a la casa de enfrente y salimos a jugar, y primero papá B. me dijo que no jugara con ella, y luego papá H. me dijo que sí podía, y le dijo a papá B.: “tú no eres su papá”, y los dos empezaron a pelearse y se gritaron, y papá H. se fue un ratote pero luego regresó y me dejaron jugar con las niñas.

Mis dos papás salen a trabajar todos los días y los sábados y domingos no trabajan. En las noches llega papá H. y está conmigo un ratito, y luego me dice que me vaya a dormir. Papá B. llega cuando yo ya me dormí, pero me despierta en la mañana para ir a la escuela, y cuando me tardo en estar listo se enoja. Pero casi nunca se enoja. Sólo cuando me porto mal y cuando jugué con Rita y cuando hago que me espere.

Papá H. es el que no se enoja y cuando me porto mal se ríe y no le dice a papá B. para que no se enoje. Y aunque llega cansado del trabajo se queda a jugar conmigo. Sólo se enojó una vez porque me pusieron un reporte en la escuela porque le puse pritt en el pelo a un niño que me molestó por tener dos papás.

Ah, y hace poquito también estaba enojado porque un día vino una señora que yo no sé quién era, pero que estuvo en la puerta de la casa gritando mucho, y también llorando mucho, y papá H. le decía que se fuera, y papá B. los veía de lejitos y decía groserías, y papá H. también dijo groserías, y luego la señora me vio y trató de meterse a la casa, y me asusté porque pensé que me quería robar. Pero papá B. la sacó de la casa y después me dijo que no me iba a robar, y papá H. también me dijo que no me iba a robar, y se rió poquito pero luego estuvo enojado mucho tiempo y fue raro porque papá H. es el que no se enoja de los dos.