jueves, 6 de marzo de 2008

El Máximo Absoluto (Cuarta Parte)

IV
Al día siguiente, Micolae abrió los ojos en una ciudad en un mundo desconocido. Recordaba las cosas que veía pero había una discordancia entre ellas. La armonía que antes encontraba en la realidad no existía. El mundo estaba construido por choques, y ya no parecía tan lógico que los contrarios fueran una sola cosa. Micolae de Tréveris caminó prudentemente por las calles de la Ciudad de México recordando todo, pero como si sus propios recuerdos pertenecieran a alguien más. Todo lo que el día anterior sabía que era verdad ahora parecía falso. Micolae pensaba en eso mientras caminaba y luego se quedó parado, atónito: hacía casi seiscientos años no pensaba en la realidad en términos de qué era verdadero y qué era falso.
Mundano y sucio, el antiguo sacerdote Micolae de Tréveris empezó a caminar las calles de la ciudad, sombrío y con una sobriedad que ya no le era familiar. Cuando trató de atravesar una pared, se dio en la cabeza, y cuando trató de iluminar a una virgen terminó en una prisión de la que no pudo escapar, y ahí estuvo un par de años, hasta que lo dejaron salir por buena conducta. Fuera del lugar, estaba decidido a recuperar su iluminación. Cuando regresó al que alguna vez fue su departamento, lo encontró ocupado, y no encontró en su cabeza la respuesta perfectamente teológica y geométrica que le hubiera hecho recuperarlo. Perdido en la noche de la ciudad, oscura y espesa, gritó desesperado pidiendo la ayuda del Máximo Absoluto, y sólo encontró burlas y zapatazos en respuesta. Desesperado, robó un papel y una pluma, e intentó repetir la demostración geométrica que lo devolvería a la realidad a la que pertenecía, porque él ya no era de este mundo. Pero se encontró a sí mismo rayando el papel en formas incomprensibles que se asemejaban a los dibujos de un niño pequeño. Estaba destrozando el papel cuando vio a un grupo de mujeres calzando botas caminando en un callejón. Mirando hacia el cielo notó la cantidad de cables tensos que pendían de postes. Cuando las mujeres se negaron a ayudarlo aventando sus botas hacia los cables, Micolae de Tréveris arremetió violentamente contra ellas. Consiguió algunas botas. Cuando las autoridades llegaron a apresarlo, lo encontraron semidesnudo. Todas las botas colgaban de un cable y ahora trataba de colgar los harapos en que estaba vestido. Balbuceaba cosas como que iba a volver a su orden, que él era el Máximo Absoluto, y que toda geometría y teología era perfecta en él.

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