jueves, 6 de marzo de 2008

El Máximo Absoluto (Segunda Parte)

II
Esta fue la claridad que logró el sacerdote italiano. Impresionado por su trabajo, se dirigió al concilio caminando con el porte que sólo podía tener el hombre más cercano a Dios. Una vez ahí, ignoró las conferencias de sus colegas, que seguían apegadas a las viejas analogías que definían a Dios sólo como un máximo, o como la perfección, ignorando la verdad geométrica de que en Dios el máximo y el mínimo eran lo mismo.
Y mientras los demás sacerdotes y obispos hablaban, Micolae iba entendiendo sus palabras en un sentido distinto. Dentro de su mente juzgaba los discursos y dialogaba con Dios. Cuando fue su turno de hablar, se sentía irradiado de una palabra absoluta.
Arrancó su discurso hablando de las viejas concepciones del Máximo Absoluto, y de cómo estas concepciones lo limitaban y rebajaban al nivel del humano decadente, común y corriente. Expresó su indignación en contra de los teóricos que hasta su momento habían hablado acerca de la realidad como si tuvieran una idea de lo que había detrás. Llamó limitadas las mentes de todos los que lo escuchaban y nombró, por primera vez, las razones que lo llevaban a llamar a Dios el Máximo Absoluto y no simplemente Dios. Dictaminó que en un ser infinito deben coincidir todos los contrarios, así llamar “bueno” a Dios era rebajarlo a un juicio terrenal, porque Dios no era puro bien, sino El Bien en el bello momento en que es uno no sólo con el mal sino con la idea de juicio y todas las verdades opuestas habidas y por haber.
-La prueba está en esto: una línea y una curva: dos contrarios. Si hacemos que la curva tenga su tangente en la línea –, y dibujó una línea sobre un pliego enorme de papel papiro, y luego dibujó un círculo que tocaba la línea en un punto -, y aumentamos la línea y la curva hasta el infinito -, y empezó a dibujar círculos sucesivamente mayores sobre el papel, mostrando que la curva se pegaba cada vez más a la línea -, en este infinito serán lo mismo. –Y trazó una última curva que se salía del papel pero que casi coincidía completamente con la línea. –En vuestras mentes débiles –agregó –nunca vais a ver el punto infinito en que es lo mismo. Es como si aspiraseis a ser el Máximo Absoluto. Yo, por mi parte, fui iluminado dos veces, y se me ha encargado guiaros en esta nueva empresa teológica y geométrica como el brazo derecho de aquél a quien ustedes llaman burdamente Dios. No lo conocéis ni lo conoceréis aquí, con sus débiles juicios, sus mentes quietas que tratan de encontrar la quietud en el universo. Os diré algo: sois patéticos. ¡Dios es infinito y uno a la vez! El universo es infinito y no tiene centro. Y os diré algo más: todo se mueve. Sólo tenéis una oportunidad de despertar, desdichados. Seguidme si queréis la salvación. El Máximo me eligió para guiaros. Me eligió para…
Unánimemente fue condenado a la hoguera después de estas palabras. En cuando el Sumo Pontífice que presidiaba el concilio gritó que lo atraparan, Micolae de Tréveris huyó a toda prisa sin comprender el extremo anti-geométrico al que llegaban los celos de sus colegas. Encarrerado no tuvo tiempo de ver cómo el mundo comenzaba a mutar con cada trote. Su mente iluminada saltó las bancas de la Iglesia de Padua, donde se llevaba a cabo el concilio, con una destreza de la que nunca se supo capaz, abrió los portones y salió corriendo despavorido hacia las afueras de la ciudad. Pero antes de que sus pies alcanzaran a su mente, que ya había escapado, su cuerpo fue apresado. Cuando su mente casi divina regresó al cuerpo, estaba amarrado a un poste, con leña que tronaba debajo de sus pies, a punto de arder.

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