domingo, 1 de marzo de 2009

XXI



Para corregir todos los errores
¿debería tener la textura del viento?

el tiempo pasa….
yo me siento en familia.
la tranquilidad…

somos una luz
y nada más que una luz.
luz transparente.

XI


tumba de Fernando Pessoa

tres meses (más o menos)
para llenar un cuaderno de letras.
un año o dos
para no estar de acuerdo
con lo que fuiste
un año o dos antes.
no es un problema de tiempo,
porque el tiempo no existe.
es un problema de presente.
quién somos y cómo somos
lo que somos.
doblegarnos
a nuestros propios límites.

nos queremos tanto
que aun en la muerte
seguimos venerando
nuestros viejos huesos
en nuevos mausoleos.
trascendemos a nuestros muertos
buscando nuestra propia
trascendencia en la muerte.

IX


no podemos perder el tiempo

en esperas
                                    en ilusiones
en risas
                                    en compasiones
en llantos
                                    en maldolores
en miedos
                                    en maldiciones

no podemos perder el tiempo
en minutos
                                    en diluvios
en disturbios
                                    en preludios
en fastidios
                                    en discursos

no podemos perder el tiempo
ni en ti
                                    ni en mí
            ni en ti y en mí

no podemos perder el tiempo
en tiempo
                                    en tierra
en viento
                                    en agua
en vida

no, podemos perder el tiempo
en canciones
                                    en amores
en colores
                                    en sabores
en pasiones
 no podemos perder

no podemos perder el tiempo
ni en ti
                                    ni en mí

ni en ti y en mí no podemos perder
en ti y en mí
                                    el tiempo
           
no podemos perder

V


la nuit et la lune
tarde o temprano
todas las ciudades se convierten
en puntos amarillos a lo lejos.

VIII

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                                                        a Alberto Caeiro


Harto, en fin, de cosas mundanas.

Hasta los colores y las notas,

los cantos y las voces y los últimos cuerpos.

Las caras hipócritas de los artistas modernos;

y no es que sea el único, pero tengo la clave del poeta.

Está tan lejos de todo que profundamente adentro,

y es de colores fuera de todo espectro luminoso.

Está en los detalles subyacentes y cimientes

 

(quizás el Espíritu pero no exactamente el  Espíritu)

 

                        DEL ARTE…

En los puntos sobre las íes,

los trazos invisibles a primera vista,

los puntos rotos en lienzos viejos

y las notas equivocadas cuya errata

dota a la música de un alma libre y fugaz.

 

No está en el cielo, los árboles o la tierra,

ni en sus raíces ni fundamentos,

sino en los detalles que los significan,

que nos significan en ellos.

 

El Poeta es errático y afortunado

como el vuelo de la libélula

que gira en el aire, se aparea con su sombra

y encuentra un fin caótico

estampada en un parabrisas.

II

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catedral de Toledo

el viento cruza amplios pasillos

con el ronco bramido

de un toro bravo de ocho siglos.

el silencio se entrecorta

y da paso al piar de los pájaros

que permanece inmutable y sereno

como si los pájaros no murieran,

o como si ocho siglos

fueran este instante

y todos los instantes por venir.

un pájaro inmortal como el bramido del toro,

o los ojos de los santos desgastados en las paredes

que apuntan a un cielo luminoso

en el momento de la ascensión.

 

los segundos son tan iguales que no pasan.

los colores devienen un opaco similar.

nuevos brotes en viejas raíces.

el repique de ocho siglos de una campana

colina abajo, colina arriba,

el bramido de un toro de ocho siglos

y una lluvia y toda la lluvia.

I

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tren

…y tal vez no decir “traqueteo”

sólo porque el tren salta

y el paisaje se mueve

detrás de las ventanas.

Un viaje es un viaje,

después de todo.

Y la mayor parte del tiempo

las ruedas se deslizan por los rieles

con la suavidad del hielo

y habiendo roto el último hilo de fricción.

 

Paisajes amarillos a lo lejos

con verdes salpicadas, verdes manchas,

arbustos verdes y solitarios

en las llanuras secas del verano

 

como minúsculos archipiélagos a la mitad del Atlántico

o piedrecillas rojas en medio de un desierto de dunas.

 

Pocos kilómetros entre Madrid y Toledo.

Postes eléctricos como vigías a la intemperie,

y sus cables a través de la ventana

recuerdan un oleaje que sube y baja,

y cada tanto

tejen enormes redes que atraviesan el cielo.

Olivares frondosos nacen de la tierra muerta,

luego inmensas llanuras amarillas,

y otros tantos arbustos verdes salpicados,

otras veces olivares y otras sólo tierra baldía.

Un viaje es un viaje, a pesar de todo.

 

A la mitad de la llanura, entre varios y desnudos horizontes,

el tren cruzó una gran laguna de tierra muerta

donde viejos camiones olvidados se oxidaban bajo el sol,

dio un salto y, silencioso, siguió deslizándose a lo lejos.

 

Mientras, los pies del poeta,

profundamente enraizados en la tierra vacía

intentan otro paso hueco,

y sus ojos miran el tren que se aleja,

y su rostro sin expresión se pregunta

en qué momento él se quedó solo

y el tren lo siguió de largo.

XXV

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atardecer

nubes hinchadas

surgen de los montes

llueven presagios

 

luego la calma

viene gris

sólo silencio

 

la brisa lenta

recupera su color:

capas de luces

 

el horizonte

ondulando a lo lejos

peina la noche

 

verde florecer

y los tallos que brotan

y las hojas que cantan

 

una montaña

despierta con el verde

y se echa a andar

 

el sol rojizo

cabalga las montañas

viene la noche

XIII

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a)

La noche adquiere una conexión familiar con la neblina.

Van de la mano, fornican y se extrañan en la lejanía;

se retuercen y tiemblan de frío con un viento helado

y se estacionan en el pico de un cerro solitario.

En el otoño tiñen el bosque de espíritus rojizos

y guardan el crujido de la tierra, de las hojas muertas.

Nuevas hojas tendrán el mismo lugar y el mismo sonido,

nuevas ramas brotarán de las yagas de las ramas viejas,

hasta que las raíces se arraiguen profundas en la piedra

y los musgos cubran finalmente el último rastro del hombre.

Entonces la noche y la neblina seguirán fornicando:

lo suyo va más allá del tiempo que a nosotros nos marca.

Su juego ha sido un testigo mudo y fiel de nuestras vidas,

el ejemplo claro de cuánto podemos marchitarnos.

b)

Si es así,

¿por qué seguir preguntándonos por nosotros, nuestras vidas?

¿Por qué seguir midiéndonos con arena y manecillas?

La respuesta sería no tener nada más que preguntar.

Si el sol para nosotros es medida y no pura vida

¿para qué seguir preguntándonos?

Si tenemos contados los amaneceres y las noches,

¿para qué seguir midiéndonos?

Habría que encontrar un juego como la noche y la neblina,

olvidarnos de nosotros mismos mientras lo jugamos,

de nuestras preguntas, medidas, respuestas y muertes,

y no pensar en nada más, y florecer, y extrañar, y fornicar,

y todos los amaneceres y todos los anocheceres

y rojo y verde y el minuto y el segundo