tren
…y tal vez no decir “traqueteo”
sólo porque el tren salta
y el paisaje se mueve
detrás de las ventanas.
Un viaje es un viaje,
después de todo.
Y la mayor parte del tiempo
las ruedas se deslizan por los rieles
con la suavidad del hielo
y habiendo roto el último hilo de fricción.
Paisajes amarillos a lo lejos
con verdes salpicadas, verdes manchas,
arbustos verdes y solitarios
en las llanuras secas del verano
como minúsculos archipiélagos a la mitad del Atlántico
o piedrecillas rojas en medio de un desierto de dunas.
Pocos kilómetros entre Madrid y Toledo.
Postes eléctricos como vigías a la intemperie,
y sus cables a través de la ventana
recuerdan un oleaje que sube y baja,
y cada tanto
tejen enormes redes que atraviesan el cielo.
Olivares frondosos nacen de la tierra muerta,
luego inmensas llanuras amarillas,
y otros tantos arbustos verdes salpicados,
otras veces olivares y otras sólo tierra baldía.
Un viaje es un viaje, a pesar de todo.
A la mitad de la llanura, entre varios y desnudos horizontes,
el tren cruzó una gran laguna de tierra muerta
donde viejos camiones olvidados se oxidaban bajo el sol,
dio un salto y, silencioso, siguió deslizándose a lo lejos.
Mientras, los pies del poeta,
profundamente enraizados en la tierra vacía
intentan otro paso hueco,
y sus ojos miran el tren que se aleja,
y su rostro sin expresión se pregunta
en qué momento él se quedó solo
y el tren lo siguió de largo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario