domingo, 1 de marzo de 2009

I

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tren

…y tal vez no decir “traqueteo”

sólo porque el tren salta

y el paisaje se mueve

detrás de las ventanas.

Un viaje es un viaje,

después de todo.

Y la mayor parte del tiempo

las ruedas se deslizan por los rieles

con la suavidad del hielo

y habiendo roto el último hilo de fricción.

 

Paisajes amarillos a lo lejos

con verdes salpicadas, verdes manchas,

arbustos verdes y solitarios

en las llanuras secas del verano

 

como minúsculos archipiélagos a la mitad del Atlántico

o piedrecillas rojas en medio de un desierto de dunas.

 

Pocos kilómetros entre Madrid y Toledo.

Postes eléctricos como vigías a la intemperie,

y sus cables a través de la ventana

recuerdan un oleaje que sube y baja,

y cada tanto

tejen enormes redes que atraviesan el cielo.

Olivares frondosos nacen de la tierra muerta,

luego inmensas llanuras amarillas,

y otros tantos arbustos verdes salpicados,

otras veces olivares y otras sólo tierra baldía.

Un viaje es un viaje, a pesar de todo.

 

A la mitad de la llanura, entre varios y desnudos horizontes,

el tren cruzó una gran laguna de tierra muerta

donde viejos camiones olvidados se oxidaban bajo el sol,

dio un salto y, silencioso, siguió deslizándose a lo lejos.

 

Mientras, los pies del poeta,

profundamente enraizados en la tierra vacía

intentan otro paso hueco,

y sus ojos miran el tren que se aleja,

y su rostro sin expresión se pregunta

en qué momento él se quedó solo

y el tren lo siguió de largo.

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