En algún momento de nuestro viaje,
olvidamos a la noche.
La dejamos hundirse lenta en su vacío
rebajándola a un simple juego de penumbras,
y así como en el viaje olvidamos a la noche,
en el juego nos olvidamos a nosotros.
trrr-tchuk-tchuk-tchuk-tchuk-trrr
Cae la noche
y no la sabemos, la olvidamos.
Nos deslizamos en ella como si no existiera
hacia un destino que aquí y ahora
es una incógnita latente
en el tanteo de un ciego que camina.
No sabemos dónde vamos,
y estamos condenados
al síndrome del irredimido:
llegar al destino, y decir:
¡No! Esto no es lo que buescaba.
¡No es el lugar a donde tenía que llegar!
¡No! Somos eternos peregrinos sin tierra,
animales que se arrastran debajo de la noche,
y no sabemos el destino y no sabemos a la noche.
Trrr-tchuk-tchuk-tchuk-trrr
Madrid-Lisboa-Ciudad de México
¿En algún momento del viaje estaré YO?
Quiero decir, no mi cuerpo,
mis manos cubiertas de venas
y mis ojos que se irritan al parpadear,
quiero decir, YO,
el espíritu YO, el aire YO,
el YO detrás del cuerpo que busca y viaja...
¿Dónde florece la semilla
de un viaje sin rumbo?
¿El ansia de una tierra
que nunca aparece,
que no nos pertenece?
Al final del viaje,
quedan pocas cosas:
el destino que nunca llegó,
el traqueteo de un viejo tren,
y la noche que cae.
trrr-tchuk-tchuk-tchuk-trrr
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