domingo, 9 de diciembre de 2007

Fulco y las Ratas

¿Cómo lo llamaré? ¿Nuestra ruina o nuestra
salvación? ¿Dónde termina? ¿Cuándo, adormecido
al fin, se calmará el furor de la Fatalidad?

Esquilo

Fulco pasó una época de su vida con las ratas luego de que, cansado de los achaques que le provocaba el acaecer corriente de la vida en la ciudad, decidió abandonar la cotidianeidad y refugiarse en los confines más alejados de la sociedad. Y, buscando el confín más alejado, Fulco llegó a las alcantarillas. Ahí había vivido dos semanas cuando conoció a las ratas.
Juntos devoraron los desechos de la sociedad; incluso, después de un tiempo, ésta se borró de la memoria de Fulco. Y se olvidó, también, de todas las preocupaciones y llegó a ser muy feliz en el seno de los roedores. El exilio y la suciedad los hacía similares. Tuvo una madre adoptiva, varios padres y varios hermanos. Conoció el amor de una familia y dejó de creer en la muerte como cree un ser humano.
Por fortuna, dos niños malcriados que se aventuraron, en un juego, a descender a las alcantarillas, lo encontraron e hicieron que lo rescataran. En la superficie, Fulco rápidamente recuperó la vida que sólo le era un vago recuerdo, y se convenció de que las ratas habían sido un buen sueño, pero nada más. Olvidó a su familia al punto que no dudó en matar a Mamá Rata de un pisotón el día en que ella, después de mucho extrañarlo, por fin se decidió a hacerle una visita.
Diego Álvarez

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