domingo, 1 de marzo de 2009
XXI
XI
IX
V
tarde o temprano
todas las ciudades se convierten
en puntos amarillos a lo lejos.
VIII
a Alberto Caeiro
Harto, en fin, de cosas mundanas.
Hasta los colores y las notas,
los cantos y las voces y los últimos cuerpos.
Las caras hipócritas de los artistas modernos;
y no es que sea el único, pero tengo la clave del poeta.
Está tan lejos de todo que profundamente adentro,
y es de colores fuera de todo espectro luminoso.
Está en los detalles subyacentes y cimientes
(quizás el Espíritu pero no exactamente el Espíritu)
DEL ARTE…
En los puntos sobre las íes,
los trazos invisibles a primera vista,
los puntos rotos en lienzos viejos
y las notas equivocadas cuya errata
dota a la música de un alma libre y fugaz.
No está en el cielo, los árboles o la tierra,
ni en sus raíces ni fundamentos,
sino en los detalles que los significan,
que nos significan en ellos.
El Poeta es errático y afortunado
como el vuelo de la libélula
que gira en el aire, se aparea con su sombra
y encuentra un fin caótico
estampada en un parabrisas.
II
catedral de Toledo
el viento cruza amplios pasillos
con el ronco bramido
de un toro bravo de ocho siglos.
el silencio se entrecorta
y da paso al piar de los pájaros
que permanece inmutable y sereno
como si los pájaros no murieran,
o como si ocho siglos
fueran este instante
y todos los instantes por venir.
un pájaro inmortal como el bramido del toro,
o los ojos de los santos desgastados en las paredes
que apuntan a un cielo luminoso
en el momento de la ascensión.
los segundos son tan iguales que no pasan.
los colores devienen un opaco similar.
nuevos brotes en viejas raíces.
el repique de ocho siglos de una campana
colina abajo, colina arriba,
el bramido de un toro de ocho siglos
y una lluvia y toda la lluvia.
I
tren
…y tal vez no decir “traqueteo”
sólo porque el tren salta
y el paisaje se mueve
detrás de las ventanas.
Un viaje es un viaje,
después de todo.
Y la mayor parte del tiempo
las ruedas se deslizan por los rieles
con la suavidad del hielo
y habiendo roto el último hilo de fricción.
Paisajes amarillos a lo lejos
con verdes salpicadas, verdes manchas,
arbustos verdes y solitarios
en las llanuras secas del verano
como minúsculos archipiélagos a la mitad del Atlántico
o piedrecillas rojas en medio de un desierto de dunas.
Pocos kilómetros entre Madrid y Toledo.
Postes eléctricos como vigías a la intemperie,
y sus cables a través de la ventana
recuerdan un oleaje que sube y baja,
y cada tanto
tejen enormes redes que atraviesan el cielo.
Olivares frondosos nacen de la tierra muerta,
luego inmensas llanuras amarillas,
y otros tantos arbustos verdes salpicados,
otras veces olivares y otras sólo tierra baldía.
Un viaje es un viaje, a pesar de todo.
A la mitad de la llanura, entre varios y desnudos horizontes,
el tren cruzó una gran laguna de tierra muerta
donde viejos camiones olvidados se oxidaban bajo el sol,
dio un salto y, silencioso, siguió deslizándose a lo lejos.
Mientras, los pies del poeta,
profundamente enraizados en la tierra vacía
intentan otro paso hueco,
y sus ojos miran el tren que se aleja,
y su rostro sin expresión se pregunta
en qué momento él se quedó solo
y el tren lo siguió de largo.
XXV
atardecer
nubes hinchadas
surgen de los montes
llueven presagios
luego la calma
viene gris
sólo silencio
la brisa lenta
recupera su color:
capas de luces
el horizonte
ondulando a lo lejos
peina la noche
verde florecer
y los tallos que brotan
y las hojas que cantan
una montaña
despierta con el verde
y se echa a andar
el sol rojizo
cabalga las montañas
viene la noche
XIII
a)
La noche adquiere una conexión familiar con la neblina.
Van de la mano, fornican y se extrañan en la lejanía;
se retuercen y tiemblan de frío con un viento helado
y se estacionan en el pico de un cerro solitario.
En el otoño tiñen el bosque de espíritus rojizos
y guardan el crujido de la tierra, de las hojas muertas.
Nuevas hojas tendrán el mismo lugar y el mismo sonido,
nuevas ramas brotarán de las yagas de las ramas viejas,
hasta que las raíces se arraiguen profundas en la piedra
y los musgos cubran finalmente el último rastro del hombre.
Entonces la noche y la neblina seguirán fornicando:
lo suyo va más allá del tiempo que a nosotros nos marca.
Su juego ha sido un testigo mudo y fiel de nuestras vidas,
el ejemplo claro de cuánto podemos marchitarnos.
b)
Si es así,
¿por qué seguir preguntándonos por nosotros, nuestras vidas?
¿Por qué seguir midiéndonos con arena y manecillas?
La respuesta sería no tener nada más que preguntar.
Si el sol para nosotros es medida y no pura vida
¿para qué seguir preguntándonos?
Si tenemos contados los amaneceres y las noches,
¿para qué seguir midiéndonos?
Habría que encontrar un juego como la noche y la neblina,
olvidarnos de nosotros mismos mientras lo jugamos,
de nuestras preguntas, medidas, respuestas y muertes,
y no pensar en nada más, y florecer, y extrañar, y fornicar,
y todos los amaneceres y todos los anocheceres
y rojo y verde y el minuto y el segundo